lunes, 17 de junio de 2013

¿El cuarentazo?

Voy a cumplir 43. De toda la vida me han dicho que aparento menos, y debe ser generacional (¿habría algo en el agua?) porque eso es algo que les pasa a casi todas las amigas de mi edad. Lo que ocurre es que las apariencias también cumplen años, y mis amigas y yo, lamentablemente, por mucho que no parezcamos de cuarenta y tantos, ya nos enfrentamos a que nos llamen "señora" en el supermercado. Señoras mucho más jóvenes de lo que somos en realidad, pero señoras al fin. Y bué, c'est la vie... 
Pero eso no significa que no me obsesione delante del espejo y busque el producto milagroso que me devuelva al "señorita". A juego con mi pelo largo, en un acto de rebeldía más.
El caso es que desde hace bastante tiempo soy dolorosamente consciente de lo que es el óvalo facial; realidad que hasta hace unos años me era, no ya desconocida, sino directamente incomprensible.

Por otro lado, el que me conozca un poquito sabe que una obsesión recurrente en mi vida son las cosas naturales. De vez en cuando me agarran ataques de naturalismo, y empiezo a comer como si fuera intolerante a la lactosa y al gluten, compro en herbolarios lo que Carrefour tiene en sus baldas cuatro veces más barato, experimento con la cocina vegetariana y con la macrobiótica, me pongo a hacer yoga hasta que estoy a un paso de convertirme al budismo (li-te-ral), me apunto a gimnasios a los que voy cada día en todos los huecos que tengo.... En fin, una obsesión como otra cualquiera, que, al igual que todas y cada una de ellas, va y viene.

Pues bien, poniendo en combinación ambas obsesiones, y por culpa de internet, que es mú malo, desde hace unos meses estoy en modo "cuidados naturales", que tiene dos subsecciones: pelo y rostro. 
En relación con el pelo, no sé muy bien cuál es el problema con las siliconas y los parabenos, pero al parecer, entre que estén o no en el champú y en el suavizante, mejor que no. Así que yo los he desterrado de los míos; sin más, de un día para el otro, con rotundidad. Y no solo eso; ya puesta, en mi línea de intensidad obsesiva absoluta, he quitado también los sulfatos, que por algo algunas marcas se promocionan como "sulfate free", ¿no?
¿Mi pelo está mejor? mmmm, no podría afirmarlo. Eso sí, peor no está, y ya sin parabenos, siliconas y sulfatos, digo yo que al menos se sentirá más libre. Es como cuando sustituyo la leche por soja; no es que mi cuerpo lo note, pero me siento anímicamente mejor. Pues eso.
En la cara sí que noto más diferencia, gracias a la entrada de los aceites en mi vida. Nada de aceites esenciales, no, los aceites vegetales de botellas de medio litro.
Primero probé a ponerme aceite de almendras, y no estaba mal. También probé con la rosa mosqueta, mejor. Pero el punto de inflexión me lo dio Kiehl's. Verán, resulta que esta marca tiene un serum de aceites esenciales que todos dicen que es fantástico y que cuesta algo así como UN MONTÓN. Una vez me dieron una muestra, y no estaba mal, pero tampoco era para tirar cohetes teniendo en cuenta el precio estratosférico: simplemente me levantaba con la cara con aspecto más hidratado. Un día me dije: si esto al fin y al cabo son aceites, ¿por qué no probar con este que tengo aquí, en la alacena? Y en este afán empírico me eché unas gotas de aceite de oliva, porque recordaba que una amiga decía que su abuela se lo había echado en la cara toda la vida y tenía la piel fantástica. Y ¿a que no saben que pasó? Sí, justamente. Salvo por el olor a ensalada en vez de a romero y lavanda, mi cara amaneció con el mismo efecto, e incluso un poco mejor porque además estaba muy suavecita.
Así que alterno la oliva con el argán, que es otra maravilla que no tiene nada que envidiarle al serum de Kiehl's. Eso sí, el aceite de argán que tengo, obviamente, es el de medio litro que es apto para cocinar. Nada de frasquitos diminutos igual de caros que el serum famoso. Natural, natural, tanto que me lo podría beber. Y va de lujo.