Una obsesión recurrente en mi vida es la lectura. No la de libros técnicos (que es obligatoria por mi trabajo), sino la que se asocia con el ocio y el esparcimiento placentero. Ese tipo de lectura que acometemos porque estamos enganchados a una historia, o porque sentimos que, línea a línea, nos llena el espíritu o nos marca de alguna manera. Y también esa otra que, sencillamente, nos hace pasar un rato agradable y sin pretensiones.
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El caso es que ahora mismo estoy en plena efervescencia otra vez, por culpa de un reto absurdo con el que me choqué en internet: leer 50 libros al año. Es absurdo, sí, pero estimulante, y me ha hecho retomar la estantería virtual para el recuento.
No creo que llegue, porque las obsesiones nunca me duran un año entero, lo que significa que en unos meses habré bajado el ritmo y seguro que para diciembre ni me acordaré de este reto y volveré a la lectura apacible.
Pero por ahora estoy disfrutando de mi obsesión, que es de lo que se trata...