viernes, 28 de agosto de 2015

Cafecitos porteños

De Buenos Aires me gustan muchas cosas, y entre ellas destacan sus cafeterías. Las hay coquetas, arrabaleras, de paso, de sentarse sin apuro, de llevarse el café con pajita... Me encantan las que hacen esquina, con pocas mesitas y grandes cristaleras, desde las que uno puede ver pasar las horas y la gente.
En casi todas, cuando pedimos un cafecito viene con algo más. Puede ser un detalle meramente testimonial, por ejemplo una galletita; o, si hay suerte, cae el pack completo: masitas y un pequeño vaso de soda. Y en el medio hay infinidad de posibilidades. Pero lo que importa es que casi siempre viene algo más que el café. Es la versión porteña de la tapa que acompaña al aperitivo español.
Los descreídos dicen: "Y claro, con lo caro que cobran en las cafeterías es normal que agreguen algo". No les falta razón. Pero yo prefiero quedarme con la mística del asunto, la que rodea a la gente cuando, en una calle inesperada y entre trámite y trámite, se sienta a leer el diario mientras toma un café, y recibe algo dulce de regalo, como un pequeño lujo cotidiano.
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