jueves, 26 de julio de 2012

Azúcar quemada

Hoy me vino el recuerdo de un hierro al fuego en la chimenea de la quinta, calentándose al rojo vivo, para hacer "azúcar quemada". No sé porqué lo decíamos en femenino, pero así era.
Me fascinaba ver cómo ese hierro candente, metido en una lata vieja llena de azúcar, le cambiaba su natural color blanco por un marrón casi negro, formando grumos de caramelo.
Y en el recuerdo apareció mi tía-abuela Maqueca, dirigiendo el experimento porque era la encargada luego de preparar el mate al que ese azúcar iría a parar.
Y aparecieron mis abuelos Lala y Lolo, y también mi tía-abuela Lita, sentados en círculo en la galería de la casa, esperando su turno de mate con azúcar quemada, quizá acompañado de algo de factura o de bizcochitos de grasa.
Y Lala diciéndonos que nosotros no podíamos tomar mate con ellos porque éramos chicos para compartir bombilla con adultos, que nos enfermaríamos.
Y Lolo entrecerrando los ojos, quedándose medio dormido hasta que volvía a tocarle el turno.
Y nosotros circulando en karting, bici o patines alrededor de este círculo, como si no hubiera más espacio por donde pasar.
Porque de toda la vida se ha sabido que a los chicos lo que más les gusta es estar con los grandes.

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