martes, 26 de agosto de 2014

Bocaditos porteños

Tesito coqueto (Recoleta)

Fondue de dulce de leche (Puerto Madero)
Tostado (Palermo)


Argentina esencial y plurinacional

En Carlos Keen (Provincia de Buenos Aires)

Lo que la ciudad esconde (14)

Las pintadas o se hacen bien o no se hacen
(Buenos Aires)

Puertas y ventanas que no son

Buenos Aires

¿Quién quiere un biScochito?


Lo que la ciudad esconde (13)


Lo que la ciudad esconde (12)

El fútbol como canalización patriótica y reivindicación social.

Lo que la ciudad esconde (11)


"Si no estás conmigo se me escapa el aire. Corazón vacío"
(Buenos Aires, claro)

viernes, 8 de agosto de 2014

Librerías modernas

Se puede agarrar un libro de la estantería y comer tostadas con dulce de leche mientras se lee, para después dejarlo tranquilamente otra vez en la estantería. 
Pero todo tiene un límite.

jueves, 31 de julio de 2014

Guerra de carteles



"Se prohíbe el consumo de alcohol y la alteración del descanso vecinal por música o ruidos"
Sí, también a los del Disco-Bar de arriba.

martes, 22 de julio de 2014

sábado, 5 de julio de 2014

Bucle burocrático


Sabemos que hay una Junta de Contratación en el Ministerio de Defensa, y que quiere modificar un anuncio. A partir de ahí, entramos en zona de riesgo de implosión cerebral.

sábado, 21 de junio de 2014

Puerta alarmada

En cuanto vi este cartel pensé: "¡foto ya mismo para el blog!", y después visité el Diccionario de la Real Academia Española para confirmar mi sospecha, no fuera a estar ante una nueva acepción autorizada, de esas con las que nos sorprenden nuestros académicos, cada día más empáticos con el lenguaje de mercadillo.

Pero no. Alarmar es "asustar, sobresaltar, inquietar", o bien "dar alarma o incitar a tomar las armas". 

Nada de eso se compadece con una puerta equipada con dispositivo de alarma, a mi juicio, sino más bien con una pobre puerta muerta del susto. Vamos, que nos están diciendo que si salimos por ahí le dará un infarto.

viernes, 23 de mayo de 2014

miércoles, 12 de marzo de 2014

El reto de los 50 libros


Una obsesión recurrente en mi vida es la lectura. No la de libros técnicos (que es obligatoria por mi trabajo), sino la que se asocia con el ocio y el esparcimiento placentero. Ese tipo de lectura que acometemos porque estamos enganchados a una historia, o porque sentimos que, línea a línea, nos llena el espíritu o nos marca de alguna manera. Y también esa otra que, sencillamente, nos hace pasar un rato agradable y sin pretensiones.

Siempre tengo algún libro entre manos, pero no soy constante en el ritmo. A veces me paso meses con uno porque casi no le dedico tiempo. Pero de vez en cuando me agarra el ataque obsesivo y parece que me bebiera las novelas, una tras otra, en una carrera enloquecida. En esas ocasiones también participo de modo muy activo en foros de lectura. He llegado a fijar plazos a un montón de gente que no conozco para la lectura conjunta de algún tocho, y los pobres incautos me han hecho caso sin saber que a mitad de la planificación esa chica tan implicada desaparecía pues la obsesión se había esfumado. Y he organizado estanterías virtuales que más tarde abandoné, justo cuando mis "vecinos" empezaban a interactuar conmigo y se han quedado mandando mensajes al vacío.
El caso es que ahora mismo estoy en plena efervescencia otra vez, por culpa de un reto absurdo con el que me choqué en internet: leer 50 libros al año. Es absurdo, sí, pero estimulante, y me ha hecho retomar la estantería virtual para el recuento. 
No creo que llegue, porque las obsesiones nunca me duran un año entero, lo que significa que en unos meses habré bajado el ritmo y seguro que para diciembre ni me acordaré de este reto y volveré a la lectura apacible. 
Pero por ahora estoy disfrutando de mi obsesión, que es de lo que se trata...

jueves, 20 de febrero de 2014

Yogur casero... ¡¡DE FÁCIL NADA!!

El año pasado intenté hacer yogur casero. No tengo yogurtera, así que la mano venía en plan desafío extremo.
NO SALIÓ.
Seguí investigando en internet y llegué a la conclusión de que era importantísimo controlar la temperatura de la leche porque si es demasiado alta se muere el fermento, o algo así. Me agencié un termómetro y volví a intentarlo.
NO SALIÓ.
Seguramente el problema era que no conseguía mantener la temperatura adecuada para la fermentación. Leí que existían varias opciones:  
1º) Horno a 50 grados, luego se apaga y se meten los yogures por 12 horas. 
Descartado: mi horno como a la media hora está mas frío que la puerta de la nevera. (Apunte mental: reflexionar sobre el papel de un horno que se comporta de esta manera).
2º) Meter los yogures en un recipiente de telgopor (porexpán). 
Descartado: el único que tengo es el que traía 1/4 de helado, así que apenas da para albergar un único yogur. Poco eficiente. Al menos hasta que consuma más helado.
3º) Termo.
Descartado: mi termo es de 1 litro. ¿Cómo saco yo un litro de yogur del termo para ir comiéndomelo?
4º) Nevera de playa.
Descartado: no tengo. Reconozco que sopesé la posibilidad de comprar una a estos efectos, pero llegados a eso, casi que mejor me compro la yogurtera, digo yo. ¿¿25 euros?? Descartado, descartado.
5º) Lavavajillas en un programa de menos de 50 grados.
DescartAJAJAAJJAA
6º) Olla a presión.
Ey... olla a presión... si resulta que tengo una... 
Lo intenté.
NO SALIÓ.
7º) Caja de cartón forrada con trapos y alojando una manta eléctrica.
Descartado. No tengo manta eléctric.... ¡PERO TENGO UNA BOLSA DE AGUA CALIENTE!

Vale, pero no pienso construir un invernadero de cartón para hacer cuatro yogures, que tampoco es que me vuelvan loca los lácteos.

Así que ayer hice una especie de mix tuneado de varias de las técnicas:

Calenté medio litro de leche desnatada (la que tenía) en el microondas un par de minutos y la dejé templar hasta que estuvo a 40 grados. Por otro lado, batí un yogur bifidus con ciruelas (el que tenía) con 4 cucharaditas colmadas de leche en polvo, y añadí esta mezcla a la leche. Lo mezclé todo bien y lo distribuí en envases de cristal (sólo dio para cuatro porque una parte de la mezcla decidió que ya estaba bien de experimentos y se lanzó al vacío). 
Puse los cuatro tarritos destapados en un molde de torta para horno, y éste dentro de una bolsa isotérmica del supermercado (a falta de nevera de playa). Metí la bolsa en el horno precalentado a 50 grados y apagado, y encima mi bolsa de agua caliente maravillosa recién rellenadita con agua hirviendo. 
A lo largo de 8 horas fui cada tanto a la cocina a tocar la puerta del horno, y cuando dejaba de estar tibiona lo encendía 10 segundos a 50 grados. 
Al final, ¡¡SALIÓ!! 
Los saqué, los tapé con film y a la nevera hasta esta mañana. Ricos ricos.
Eso sí, mis posibilidades de estar 8 horas pendiente de la temperatura del horno se podrán dar aproximadamente una vez cada dos o tres años, así que no sé yo si es como para festejar mucho el éxito del experimento.
PERO EL ORGULLO BIEN GRACIAS! :-)