jueves, 22 de marzo de 2012

Bobby

Dos meses por delante en Oporto, con un frío para el que no estaba preparada. Gorro, guantes, bufanda, nada era suficiente para entrar en calor.
En la casa en la que me alojo sólo había radiadores eléctricos. Recolecté todos los que pude y los metí en mi cuarto, pero claro...no salía del cuarto así que la mano venía un poco claustrofóbica. Además, en la Universidad también tenía frío, y ahí no podía recolectar radiadores.
Esperé unos días, porque todos me decían que ese frío no era normal, ¡que lo había traído yo! Aguanté con los radiadores en mi cuarto y con el abrigo puesto en la Universidad. Aguanté, aguanté... hasta que un día, volviendo de comer, pasé por una especie de bazar y lo vi. Lo vi y me enamoré. Era el último que quedaba: pequeñito, amigable, me miraba como pidiéndome que lo llevara conmigo. Por 17 euros entró en mi vida Bobby, bautizado así por mi amiga Regina, porque, como si fuera un perrito que llevo de la correa, empezó a acompañarme a todas partes. De mi cuarto al baño, del baño a la cocina, de la cocina al salón, del salón a la Universidad y de la Universidad a casa. Cada día. Incluso ahora que el frío no aprieta, sigue haciéndome la vida más dulce cuando llego a casa.
He de decir que alguna reunión de trabajo en la Universidad se celebró en mi despacho a pedido de los otros profesores, porque ahí llevaba Bobby un buen rato calentando el ambiente. Si es que al final se ha hecho querer por todos.
"¡Bobby!, ¡vamos para la cocina que tengo que prepararme la cena, vamos!"

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